Columna “Lunes de mujeres”: CONFIANZA EN LA SALA DE PARTO

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Llegamos a la cuadragésima cuarta cita de la columna “Lunes de mujeres”, que sale cada primer lunes de mes.   El mes pasado empezamos hablando de trabajo de parto y parto, que es el punto de maduración del fruto, es decir, al final de las diez lunas el niño ha completado su desarrollo y está listo para salir a la luz.

El momento del trabajo de parto y del parto es probablemente el más esperado y, al mismo tiempo, el más temido por las futuras madres. Durante todo el embarazo se intenta imaginar lo que ocurrirá y las emociones que se sentirán en esos momentos, y al final será un viaje muy personal, en el que influirán muchos factores.
Ya hemos dicho que cada mujer es diferente, al igual que cada bebé, por lo que cada parto es, en consecuencia, distinto. Además, hay varios factores que pueden favorecer o no el proceso del parto, como el entorno, el estado de ánimo de los futuros padres, la presencia de profesionales y su forma de actuar y comportarse. Por eso reitero que lo más importante es informarse, para educarse y salir y romper con creencias e ideas preconcebidas, pero también abrazar el propio poder y convertirse en protagonista del acontecimiento, y no estar sometida a él.

Hemos crecido con la idea de que es el médico el que sabe y, por tanto, él se encargará de todo. Pero esto era cierto cuando había una enorme desproporción de información y cultura entre médicos y ciudadanos: ahora podemos encontrar información fácilmente, así que la idea de confiar completamente en los médicos ya no se sostiene. Así que es mejor aprovechar los nueve meses de embarazo para evaluar posibles lugares de parto, métodos, etc.
Evidentemente, no se trata de saberlo todo, cada uno hace su trabajo y la futura madre tiene que cuidar de sí misma, de su cuerpo, y buscar personas que puedan desenredar con ella la madeja de dudas e inseguridades, a veces ofreciendo consejos, a veces orientando; personas que puedan apoyarla, guiarla y animarla.

Antiguamente, el parto y el alumbramiento eran un acontecimiento coral, es decir, había varias mujeres para ayudar a la mujer que daba a luz; de hecho, la mujer solía estar asistida por una partera, pero a su alrededor había muchas mujeres, vecinas, parientes, simples amigas que realizaban acciones y gestos de antigua costumbre. La partera era la figura central de los cuidados, tanto antes como después de las reformas sanitarias y la escolarización que se impusieron a partir del siglo XVIII; ayudaba a las mujeres a dar a luz en casa y las apoyaba y aconsejaba en el cuidado del recién nacido. Al principio era una mujer de pueblo o de barrio, elegida por las mujeres, formada mediante el aprendizaje con una partera mayor, y después fue el foco del cambio, gracias a la atención de los reformistas que, a partir del siglo XVIII, identificaron la posibilidad de transformar el escenario del parto y hacerlo más seguro, dedicando proyectos e iniciativas a la formación de un nuevo tipo de partera.

La de comadrona era una profesión exclusivamente femenina y, en siglos pasados, las instituciones eclesiásticas y estatales les concedieron autonomía dentro de su función laboral: por ejemplo, a principios del siglo XVII la Iglesia otorgó a las comadronas la función sacerdotal de pronunciar correctamente la fórmula bautismal a los recién nacidos en peligro de muerte.
La entrada de la figura masculina en la escena del parto, es decir, del cirujano, se produjo gradualmente en la Edad Moderna, enfrentándose a cierta resistencia por parte de las mujeres.

En el siglo XVII se fundó la ciencia de la obstetricia. El término “comadrona” deriva del latín y sus componentes léxicos son el prefijo “con”, que significa “junto, unión”, y “mater”, que significa “madre”, más el sufijo “ona”, indicando así a quien asiste a la madre en el parto. Aún hoy, la figura de la comadrona es poco conocida, sobre todo en Italia, mientras que la del ginecólogo es muy fuerte. Esto se debe a que la medicalización del parto ha llevado a la idea de que, sin la presencia de un médico, el embarazo y el parto no se asisten con seguridad.
Pero la matrona y el ginecólogo, aunque colaboran estrechamente, son dos figuras profesionales distintas con competencias diferentes y complementarias.

La principal diferencia entre ambas figuras es su enfoque del embarazo y el parto: el ginecólogo tiene un enfoque médico, lo que puede considerarse un punto a favor en el caso de embarazos de alto riesgo o en casos particulares en los que surgen enfermedades durante el periodo de gestación y se requiere tratamiento médico, mientras que la matrona es aconsejable si el embarazo es fisiológico, ya que no prescribe fármacos ni interviene quirúrgicamente.

Como se mencionaba al principio, hay varios factores que pueden favorecer o no el proceso del parto, entre ellos la presencia de profesionales y su forma de actuar y comportarse.
Por ello, es importante elegir al profesional que más nos suene; y si decidimos dar a luz en un hospital en lugar de optar por un parto en nuestra propia casa o en un centro de maternidad, en cualquier caso podemos informarnos con tiempo sobre los métodos y el enfoque que utilizan en los hospitales de la zona en la que vivimos, para poder elegir el que consideremos que mejor se adapta a nuestras necesidades y deseos. Porque varios estudios demuestran que las mujeres que se sienten acompañadas por alguien de confianza tienen una mejor experiencia de parto, soportan mejor el dolor y tienen más probabilidades de tener un parto vaginal y un trabajo de parto más corto.

Ahava, Francesca Zangrandi

PD. La próxima cita de esta columna será el primer lunes de septiembre, pero, mientras tanto, si deseas mantenerte actualizada sobre los diversos artículos que publico en el blog, puedes suscribirte al boletín, poner “Me gusta” en la página Facebook, seguirme en Instagram o puedes suscribirte al canal de YouTube. Y si crees que este artículo pueda interesar a alguien que conoces, puedes compartirlo. Muchas gracias!

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