Llegamos a la cuadragésima tercera cita de la columna “Lunes de mujeres”, que sale cada primer lunes de mes.
En los últimos meses hemos hablado del embarazo, y hoy me gustaría empezar a hablar de la labor de parto y el parto, que es el punto de maduración del fruto, es decir, al final de las diez lunas el bebé ha completado su desarrollo y está listo para nacer.
El cuerpo de la madre empieza a prepararse para el parto días e incluso semanas antes. Los músculos del útero se contraen y relajan periódicamente antes del inicio del parto: en las últimas semanas del embarazo pueden aparecer una serie de molestias que no deben confundirse con el inicio del parto; estas molestias no son iguales en todas las mujeres, ni tienen la misma duración ni intensidad. La cabeza del feto se encaja en la pelvis materna y el vientre de la mujer puede descender. Esto puede percibirse como un aumento de la presión o una sensación de “pinchazos” en el bajo vientre, o como una presión sobre la vejiga. Es frecuente, que al descender la cabeza, disminuyan los movimientos fetales y que sean más intensos.
Posiblemente la mujer note endurecimientos del vientre; son contracciones uterinas que todavía no son dolorosas (aunque pueden ser molestas), son más frecuentes por la tarde y por la noche y suelen desaparecer o disminuir con el reposo. No se deben considerar como contracciones de parto porque no producen dilatación pero sí mejoran las condiciones del cuello del útero, preparándolo para el parto: las contracciones modifican la posición del bebé y le ayudan a adquirir la posición más apropiada para nacer.
Cuando los músculos uterinos se ponen tensos alrededor del bebé, este se endereza de su posición encorvada; los brazos y piernas quedan apretados contra el cuerpo y lo mantienen fijo mientras dura la contracción. El bebé está como abrazado, y este “recuerdo” positivo de su vida prenatal, es el factor que explica cómo se tranquiliza el niño al ser abrazado y acunado.
El trabajo de parto y el parto parecerían la cosa más sencilla del mundo, deberían serlo de hecho, como es natural que una fruta se desprenda de la rama al madurar; pero en nuestra sociedad pueden convertirse en un asunto complicado, porque hay demasiadas variables que afectan a un proceso que de por sí es natural.
De hecho, el parto surge cuando el hipotálamo del niño que está a punto de nacer empieza a dialogar con el cuerpo de la madre, enviando señales de su madurez a la placenta e induciendo la producción de hormonas maternas a través de estímulos hormonales que viajan por el líquido amniótico.
Una vez que el bebé inicia este diálogo, comienza una delicada danza hormonal en el cuerpo de la mujer, que no sólo ayuda al progreso del parto, apoyando tanto a la madre como al niño en este proceso, sino que también facilita el vínculo de interdependencia entre madre e hijo después del nacimiento, que es fundamental para el establecimiento de su relación.
Esta danza de hormonas nos recuerda que la naturaleza ha pensado en todo: es cierto que se trata de un equilibrio precario y delicado, pero si confiamos en el proceso natural y no interferimos en modo alguno, todo sale como debe. Porque, al fin y al cabo, el parto y el nacimiento son procesos naturales que nos pertenecen: ¡todas las mujeres saben dar a luz! Igual que todos los niños saben nacer.
Entonces, ¿por qué a veces (por no decir a menudo, por desgracia), las cosas no salen como deberían y un proceso que sólo debería tener lugar, sin tantos problemas, se vuelve complicado y traumático para la mujer y el niño?
Porque, como ya he dicho, se trata de un equilibrio hormonal precario y delicado, y hay demasiadas variables que pueden interferir, algunas evidentes y reconocibles, otras sutiles y difíciles de detectar. Por eso siempre digo a las mujeres que hay que prepararse para el parto con tiempo, desde el principio del embarazo o, mejor aún, desde el momento en que una empieza a plantearse ser madre.
Y no me refiero a una preparación técnica, en la que hay que aprender quién sabe cuántas cosas, ¡sino que se trata de desaprender!
¿Qué ideas tenemos sobre la labor de parto y el parto?
¿Cuántas personas con las que tratamos y nos relacionamos tienen las mismas ideas y creencias que nosotros, de modo que siempre permanecemos en la misma posición?
¿Estamos seguros de que no hay más posibilidades que las ideas y creencias que tenemos?
¿Que las nuestras no son sólo creencias limitantes que también influirán negativamente en el trabajo de parto y el parto?
Lo ideal es informarse, hablar con personas que tienen ideas y creencias sobre el parto distintas de las nuestras, hacer preguntas y escuchar de verdad las respuestas, con el corazón abierto, abierto a la posibilidad de cambiar de opinión. Porque a menudo he hablado con mujeres o parejas que estaban tan convencidas de ciertas cosas, que el diálogo era imposible. Y, por supuesto, no se trata necesariamente de tener que cambiar de opinión, pero sí de estar abiertos a escuchar otras narrativas, historias diferentes de lo que creemos o de lo que ya hemos oído. Porque, al fin y al cabo, cada mujer es diferente, cada niño es diferente, cada parto es diferente. Así que no hay una verdad absoluta, pero cuanto más abramos la mente, más fácil será aceptar lo que venga y, tal vez, empezar a hacer las cosas de otra manera si es necesario.
Otro punto fundamental es trabajar sobre una misma, conocerse, creer en la propia capacidad para afrontar cualquier situación, saber gestionar la ansiedad y afrontar los propios miedos, incluidos los relacionados con el parto. De hecho, generalmente hasta el último trimestre del embarazo el problema no se plantea porque el parto se ve como un acontecimiento aún lejano.
Sin embargo, en un momento dado, una se da cuenta de que la fecha se acerca y aparece el miedo: ¿cómo será el parto?
¿Será doloroso?
¿Podré empujar?
¿Y si algo va mal?
Y, por último, también es importante tener una idea de lo que ocurre fisiológicamente durante el parto, porque a menudo tenemos ideas distorsionadas, dadas precisamente por las creencias que tenemos y las historias que hemos oído. Así que, de nuevo, es crucial informarnos.
Etimológicamente, la palabra “informar” tiene varios significados, entre ellos “dar forma, moldear, amoldar”, y también “instruir, formar”. Así que informar ayuda a dar forma, a instruir, a salir de creencias e ideas preconcebidas. Ayuda a distinguir lo verdadero de lo falso, porque a menudo las narraciones que oímos están influidas por la experiencia vivida por la persona que las cuenta, así que es bueno considerar distintos puntos de vista y filtrar la información, escuchando también cómo resuena en nosotros, qué despierta, si sentimos que es cierta para nosotros o no.
Hablaremos de todo esto en profundidad en los próximos meses, para que cada vez más mujeres estén realmente informadas, porque tanto el conocimiento científico como el ancestral pueden inducir y estimular una nueva toma de conciencia.
Ahava, Francesca Zangrandi
PD. La próxima cita de esta columna será el primer lunes de agosto, pero, mientras tanto, si deseas mantenerte actualizada sobre los diversos artículos que publico en el blog, puedes suscribirte al boletín en la página web www.quintadimensione.net, poner “Me gusta” en la página Facebook Quinta Dimensione – Francesca Zangrandi, seguirme en mi Instagram https://www.instagram.com/francesca_quintadimensione/ o puedes suscribirte al canal de YouTube Francesca Quinta Dimensione. Y si crees que este artículo pueda interesar a alguien que conoces, puedes compartirlo. Muchas gracias!